sábado, 24 de marzo de 2018

Las palabras, de Ramiro Ramírez Larraguibel

Hace poco tuve la ocasión de leer la novela Las palabras, de Ramiro Ramírez L., cuando llegó a mis manos, gracias a esa extraordinaria amiga que es mi colega Myriam Cáceres Valenzuela, quien me la facilitó, recordé haber visto hacía un par de años una crítica literaria sobre esta novela en Las Últimas Noticias. Busqué, pues, entre mis recortes de referencias críticas y encontré una fotocopia de la crítica en cuestión -que no había leído- y que sí leí antes de entrar a la novela. Me alegro de haberlo hecho, porque la terrible crítica de Patricia Espinosa, me bajó cualquier expectativa (eso es lo más que me provoca una crítica literaria, jamás desistiría de leer un libro porque a otro -menos a un crítico- no le gustó) y me dediqué a la lectura con la intención de formarme una opinión de la obra a partir de mi propia experiencia con ella, que es lo que corresponde.


Y antes de continuar con este comentario declaro con absoluta convicción que me gustó. Evidentemente no la voy a postular como ganadora a un millonario premio de novela, pero sí declaro a mis amables lectores que me gustó.

La obra, que inicia con un prólogo en que el narrador, en primera persona, nos informa sobre el origen de la novela y nos adelanta que al momento de publicarla se encuentra en una casa de reposo debido a algunos delirios y, precisamente por ello, tal vez "las cosas no ocurrieron exactamente de esta forma", entonces, como puede, nos va a mostrar su azarosa vida de  guionista de televisión venido a menos que se decide a adquirir (quien sabe por qué razón) una vieja casona en ruinas donde ninguno de sus conocidos y amigos va a ir nunca, dicha propiedad se convierte en una suerte de exilio social que le permitirá, no obstante, trabar conversaciones y cercanías con otros personajes, muy ajenos a su mundo, anterior, pero que le van a brindar otras experiencias y otras perspectivas de vida. Desde mi punto de vista, nada académico ni aprisionado en tortuosas teorías literarias, dichos personajes aportan miradas de vida distintas al personaje y lo van configurando como individuo en tránsito entre el estereotipo socio-cultural del que proviene y la identidad propia que ansía alcanzar y que, en mi opinión, sí logra al menos rasguñar avanzando la novela, especialmente en lo sucedido con el simio al que debe cuidar y que, en cierto modo, va a funcionar como alter ego, en algunos momentos de la obra. Como contrapartida, su revalorización cultural a partir del curso que da nombre a la novela y su estrambótica teoría lingüística que, sin embargo, lo catapulta a una fama académica que no esperaba, son una muestra más de esos altibajos tan recurrentes en la vida en que mientras más aceptación y éxito social se tiene, menos veraz y auténtica es la vida de un individuo. Notable guiño a nuestra sociedad con una crítica aguda y certera que el autor nos entrega casi al pasar.

Novela interesante, moderna, reconocible en sus códigos y en su estructura con una literatura actual, en búsqueda siempre, que no quiere, que no busca y no necesita tampoco identificarse con modelos narrativos o lingüísticos del canon académico. Entretenida, se lee sin prisa, pero sin pausas a la vez y al cerrar la última página, aunque algunos eventos no nos encajen demasiado, aunque algunas consecuencias no nos hayan gustado del todo y aunque algunas reflexiones nos parezcan menos logradas que el potencial de talento que exhibe el autor, estábamos avisados desde el principio, porque en esta obra, tal vez,  "las cosas no ocurrieron exactamente de esta forma" y con ello puedo encontrar muchas nuevas puertas y ventanas para entender esta lectura claro que, para hacerlo, necesito la creatividad ávida del lector permanente y no la encasillamiento anquilosado del crítico literario. 

¡Denle una oportunidad en sus lecturas, les aseguro que, al menos, los va a entretener!

prof. Benedicto González Vargas

(gracias por pinchar la publicidad en este blog)



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