viernes, 27 de octubre de 2017

Hijo de ladrón, de Manuel Rojas Sepúlveda

Hijo de ladrón (1951), como casi toda la obra del notable escritor chileno Manuel Rojas, es parte de los clásicos de nuestra literatura. No en vano se reconoce a su autor como el más importante narrador chileno de mitad del siglo XX, razón por la cual el Premio Iberoamericano de Narrativa, que otorga el Gobierno de Chile, a través del Ministerio de Cultura, lleva el nombre de este ilustre escritor.

Además, con la publicación de Hijo de ladrón, aparecen por primera vez en Chile técnicas literarias muy modernas para su época, que ya se usaban en el extranjero, pero que en el criollismo imperante de nuestras letras no habían tenido cabida. Así nos encontramos con la llamada "corriente de la consciencia" que incorpora al relato el monólogo interior de los personajes, aquello que están pensando, muchas veces en situaciones tensionantes, a través de discursos carentes de ortografía puntual, por ejemplo, o de nexos inter e intra oracionales, tratando de mostrar en el texto escrito, lo que la corriente de pensamiento del propio personaje está "hablánndole".

Aniceto Hevia, el protagonista de la novela,  es el hilo conductor que nos permite acceder a realidades sociales muy apremiantes en el Chile de la época, un país que pujaba por industrializarse y adoptar los exitosos modelos económicos capitalistas, pero que no sabía -y no quiso reconocer después-el costo social de la implementación de dichos modelos, especialmente a través del innegable hecho de ir dejando de lado a importantes grupos obreros incapaces de competir  en el muchas veces depredador y casi nunca solidario modelo donde el capital está en el centro.

El mismo Hevia es un personaje que sufre el estigma y acaso también  la discriminación social por ser es hijo de un ladrón, como si los pecados del padre fueran a aflorar irremisiblemente en las conductas del hijo. Aniceto Hevia no solo nace en el seno de una familia sufrida, dañada, lindante con la pobreza, sino que debe él mismo, casi sin ayuda, sobreponerse a ello y forjarse a sí mismo como individuo pensante y actuante. No es

Qué duda cabe que la obra refleja en forma precisa el pensamiento político del autor, tan distante del conservadurismo capitalista, tan vinculado a las luchas sociales, tan descreído de la legislación que nos organiza...tan profundamente anarquista, ya que es, precisamente, el pensamiento ácrata el que mueve la pluma y las convicciones más profundas de Manuel Rojas Sepúlveda. No es un despropósito -ni tampoco una novedad- decir que gran parte del sustrato de las acciones vividas por Aniceto Hevia son reelaboraciones más o menos disfrazadas de la propia experiencia de Manuel Rojas. Sin serlo, no deja de ser una novela con tintes autobiográficos.

Son esas las razones principales por la cual el mundo académico ha catalogado, con justeza, a esta novela como una obra literaria de carácter social, profundamente arraigada en el interés genuino por las capas sociales más desposeídas, por los obreros explotados y por los miserables que, pese a sus esfuerzos y trabajo, no logran llegar a niveles aceptables de subsistencia y lindan siempre con la amarga supervivencia marginal.

Resulta evidente  que esta es la denuncia del autor, manifestada en esa multiplicidad de personajes anónimos que dan cuenta brutal de tantos seres reales que el mundo del progreso va dejando a la vera del camino. Así entendido,  Hijo de ladrón es una novela social, es una novela de denuncia, pero el talento está en que nunca deja de ser una obra literaria magnífica, una pieza artística superior.

Novela permanente, no pasa el tiempo por sus acciones siempre vigentes, ahora más que nunca en un mundo globalizado donde innegablemente hay más integración, pero donde, innegrablemente también, hay mucha más discriminación y gente que va quedando en la retaguardia del progreso social.

prof. Benedicto González Vargas

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