sábado, 7 de febrero de 2015

Logia, de Francisco Ortega

Escuché al autor de esta novela en una entrevista radial donde contaba detalles de esta obra recién publicada y me pareció interesante su postura respecto de la historia de Chile, de la necesidad de mostrarla sin los recortes, omisiones y tergiversaciones que una larga lista de historiadores y profesores de historia han más o menos consensuado para no tener que dar demasiadas explicaciones ante los intereses de diversas instituciones y miradas políticas, religiosas, sociales, etc.
Como parte de mis intereses yo también conozco algunos recovecos oscuros de la historia patria y latinoamericana, sé desde hace tiempo que hay elementos simbólicos y hay ideales que no nos han sido revelados y que pasan desapercibidos si no somos capaces de desentrañarlos. Hay muchos intereses que cuesta romper y la sonrisa burlona de los canónicos de la historia siempre acompaña nuestros comentarios cuando tratamos de revelar aquellos hechos. Por eso la postura de Francisco Ortega me llamó la atención y por eso quise leer prontamente su novela.

Por fin hace una semana tuve ocasión de empezar a leerla y al principio me provocó sentimientos encontrados. Si bien es cierto la trama es interesante, la revelación de hechos ocultos de la historia sí está presente (como que Pedro Valdivia no llegó a un valle virgen, sino que a una ciudad dependiente del imperio inca, que la Virgen del Carmen es, por decirlo de algún modo, una manifestación más esotérica que propiamente cristiana, etc.) y la trama tiene verosimilitud, en los primeros capítulos hay un desequilibrio entre todos esos elementos que le juega en contra. Tal vez, para un lector ingenuo estos ripios no se noten, pero cuando se conoce un poco más de literatura, un poco más de historia y un poco más de simbolismo sagrado, hay elementos que no alcanzan a ensamblarse adecuadamente: un exceso de información sobre armamento moderno (que ralentiza la novela y la hace perder intensidad, en aras de un obsesivo intento por aparecer más creíble), un excesivo e innecesario cambio de escenarios (buscando hacer aparecer a Elías Miele –el alter ego de Francisco Ortega- como un hombre de mundo), una desconexión demasiado extendida entre la historia de Miele y la muerte de Bernardo O’Higgins (la conexión se revela tarde en la novela). Muchos lectores llegarán desanimados a la segunda mitad de la historia, que es donde verdaderamente el libro adquiere vuelo y se torna mucho más interesante.
No me queda claro que la escena erótica entre el protagonista y una pelirroja inglesa supuestamente ásperguer y de dientes amarillos sea necesaria y especialmente la vulgaridad del lenguaje usado. Pero supongo que un aspirante a best seller no puede omitirlo. ¿Podría ser más artístico?
Aún otro comentario sobre algunos elementos que pueden jugar en contra de la novela: Partiendo de la base de que es una obra de ficción y por lo tanto no podemos pedirle que narre hecho reales, la declaración inicial del autor, en una suerte de doble prólogo llamado “datos” e “importante”, genera en los lectores no especializados la impresión que la novela hará revelaciones importantes sobre la historia de Chile, lo que puede ser cierto (dependiendo del conocimiento del lector), pero la mezcla entre situaciones reales desconocidas y la necesaria fábula literaria puede hacer pasar la fantasía como realidad y viceversa, lo que no debe considerarse un error per se en la obra –que insisto que es ficción-, pero sí genera efectos colaterales que van en contra de la manifiesta intención del autor de revelarnos hechos desconocidos de la historia de Chile.
La obra, una suerte de búsqueda de simbología esotérica y elementos de historia al estilo de Ángeles y demonios, de Dan Brown y el filme En busca del tesoro perdido (que relata el ocultamiento del tesoro templario en Estados Unidos por parte de los Padres Fundadores de la nación norteamericana), nos lleva por diversas sitios de la capital chilena como el Cerro San Cristóbal, el Templo Votivo de Maipú, la Basílica del Perpetuo Socorro, entre otros lugares, en Chile y Argentina, tras el encuentro de un fabuloso tesoro (en parte incaico y en parte templario) que fue ocultado por nuestros Padres de la Patria, especialmente O´Higgins, San Martín, Freire y otros. Todo ello envuelto en una guerra conspirativa entre dos visiones religiosas opuestas: el fundamentalismo evangélico norteamericano y la tergiversación histórica conveniente al poder católico.
La novela es muy interesante, cumple con el objetivo básico de toda obra de ficción que es entretener y, a la vez, nos permite abrir una mirada distinta sobre nuestros personajes históricos y los poderes fácticos vinculados a intereses económico-religiosos.
En definitiva, más allá de las objeciones anotadas más arriba que, insisto –muchas de ellas invisibles para lectores no especializados- es una novela a la que vale la pena darle una oportunidad, porque es un genuino intento de darle pasión a nuestra historia y algo más de color a nuestra literatura.
Hay que agradecer a Francisco Ortega su disposición para hacer relevante la historia de Chile en una novela de intrigas, secretos, asesinatos y un escritor famoso que muchos quisieran ser.
prof. Benedicto González Vargas

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