jueves, 23 de septiembre de 2010

María Eugenia Rojas, una mujer ejemplar

Junto con mi hija, quien aparece en la fotografía, conocimos a María Eugenia Rojas un miércoles por la tarde en su sencilla oficina del Pidee, una institución defensora de los derechos humanos, especialmente de los derechos de los niños. Una casa grande y hermosa, con mucha historia de ayuda social y de lucha contra las injusticias. Ella es hija del gran escritor chileno Manuel Rojas, pero su vida personal es un ejemplo de sacrificio y ayuda a los demás.

La contactamos porque Helein —mi hija— debía efectuar un trabajo escolar con un cuento publicado por María Eugenia. Al ahondar un poco en su biografía y en su testimonio, me di cuenta de que estaba ante un personaje clave de los últimos 80 años de la vida cultural y política de Chile. Y, por cierto, fue un privilegio estar con ella y compartir esto a través de Letralia.
  
La entrevista que presento a continuación la hicimos en conjunto con mi hija, ella pensando en su tarea escolar y yo en mis lectores. Esa experiencia, de trabajar con ella, también fue muy interesante y, en lo personal, gratificante.

—Su padre, Manuel Rojas, fue un famoso escritor chileno, ¿le contaba cuentos cuando niña? ¿Se acuerda de alguno?

—Nos contaba muchos cuentos, nos leía libros de cuentos, recuerdo las lecturas que nos hacía de los libros de Rainer Maria Rilke, además siempre estaba inventándonos historias, nos hacía juegos de palabras, nos pedía pensar en alguna palabra y luego buscar sus derivados y con eso construía historias hermosas y entretenidas. Recuerdo que cuando vivimos con la familia Jeria, familia materna de la ex presidenta Bachelet, mi padre impuso que en los almuerzos, que antes se disfrutaban y conversaban en familia, cada día una persona contara un capítulo de un libro o una historia. Mi padre siempre nos acercó a la literatura y a la naturaleza, otra de sus grandes pasiones.

—¿Qué tipo de cuentos le gustan? ¿Por qué?

—Me gustan los cuentos donde hay ternura, donde se puede apreciar un conocimiento del ser humano, bueno o malo, porque es interesante conocer a las personas, los rasgos psicológicos que presenta la literatura permite, incluso, que uno reconozca en ellos características de amigos y parientes. Me gustan los cuentos infantiles, especialmente los tradicionales que son parte de las leyendas y del folklore, que no tienen autor conocido. Por eso el libro reúne estas historias que fueron recopiladas, fue un libro hecho pensando en mis hijas y para todos los niños, con historias bellas que no hablan de sustos ni de maldades, no hay brujos ni ogros en la primera edición de estos cuentos, sin embargo, con el tiempo me di cuenta de que era un error porque en la vida no todo es bondad ni amor y los niños deben saber que existen personas que hacen daño, así como personas que ayudan a los demás. Siempre me ha gustado ponerle a los cuentos algo propio, una impresión o un recuerdo.

—Su madre falleció cuando usted era niña, ¿qué recuerdos tiene de ese hecho?

—Mi madre murió cuando yo tenía siete años y mis hermanos menores quedaron de 6 y 4 años. En aquellos años había empleadas que vivían desde siempre en las casas, yo recuerdo especialmente a una, que había llegado de 8 años a la casa de mi abuela y que fue mi ángel de la guarda en esos días. Después, cuando yo tenía 11 años, mi padre se casó por segunda vez con Valeria López, a quien le agradezco que me enseñara valores como el orden, ya que ella fue educada en Francia, con normas de orden y disciplina muy estrictas y, aunque no fue severa con nosotros, nos enseñó mucho. Por supuesto que al principio resentí su llegada, yo era la mayor, “la dueña de casa”, pero ahora le agradezco a Valerita todos sus cuidados y enseñanzas.
Finalmente, un recuerdo muy lúcido y poco feliz que tengo de la muerte de mi madre es que una tía me alzó en brazos para que yo la viera en el ataúd. Fue impresionante y nunca más he querido ni he visto a nadie cuando está en un ataúd.

—Además de leer mucho y de escribir, ¿a qué se dedica?

—Yo trabajo en derechos humanos, en derechos del niño, en ayudar a las personas con problemas. Chile tuvo una dictadura terrible, había miedo, represión, odio, violencia, muchos niños sufrían la pérdida de sus padres. Fue entonces, en 1975, cuando creamos, junto a Elena Caffarena, Olga Poblete, Elisa Pérez y otras personas, esta Fundación Pidee, que significa Protección a la Infancia Dañada por Estados de Emergencia. Esta casona hermosa donde nos encontramos fue donada por organizaciones de Finlandia y Suecia, quienes también financiaban nuestros proyectos. Teníamos talleres de pintura, de artes, de manualidades, un sector de atención médica que en un momento estuvo a cargo de nuestra ex presidenta, Michelle Bachelet, había todo tipo de actividades recreativas y culturales, esta casa estaba llena siempre. Hasta hoy hay personas que dicen que “sus mejores recuerdos de infancia están en los talleres del Pidee”. Con el tiempo, hubo oficinas locales del Pidee en varios países.

—¿Qué la inspiró a trabajar en esto?

—Ver el dolor de tanta gente, su angustia, su miedo, su desesperación. A mi marido, Fernando Ortiz, lo perdí en la dictadura, él era académico de la Universidad de Chile y hoy es un detenido desaparecido. Por aquellos años sólo la Vicaría de la Solidaridad tenía algunos programas de ayuda a los niños, nadie más, esa fue la labor que quisimos cumplir acá en nuestra Fundación. No hay nada más bello que la sonrisa de un niño y esa es mi motivación para seguir trabajando, hoy ayudamos a comunidades lafquenches en la comuna de Tirúa.

—¿Cómo puede ayudar la literatura a la defensa de los derechos humanos?

—De muchas maneras: contando historias que reflejen valores, acciones humanas, conductas, lo bueno y lo malo. Haciendo investigación, hablándonos del maltrato. La literatura es una buena herramienta en la lucha por los derechos humanos.

—¿Qué comentario le gustaría hacer del cuento “La princesa que gastaba siete pares de zapatos por noche”?

—Para hacer el libro donde está ese relato, leí muchos cuentos, particularmente me gustaron unas historias mapuches y algunos cuentos onas. Las otras, probablemente, sean historias traídas por los españoles que la tradición conservó. Mi padre aún estaba vivo cuando leía esos cuentos y siempre me decía que los reuniera y los presentara a una editorial para publicarlos. Le hice caso, el libro apareció cuando él estaba en vida. Ese cuento, específicamente, es una historia maravillosa, imposible de que ocurra, nadie gasta siete pares de zapatos por noche, pero tiene cierto encanto que a los niños le gusta, siempre pienso por qué les gusta tanto, es un relato hermoso, sin duda.

—¿Algún libro que desee publicar pronto?

—Siempre hay interés, ahora estoy escribiendo algunos recuerdos de infancia, tal vez los publique, no es algo que esté decidido aún.

—¿Qué opinión tiene del libro de Julienn Clark, Nunca te he de olvidar, donde cuenta la relación de ocho años que tuvo con su padre, con quien tenía una diferencia de edad de casi 50 años?

—Lo leí, me parece que la primera parte, donde cuenta cómo se conocieron, ella era su alumna en la universidad en Estados Unidos, luego su viaje a México y su llegada a Chile, son memorias que se ajustan a los hechos ocurridos. Sin embargo, la última parte, los últimos años en Chile, cuando ella se fue, cuando volvió a ver a mi padre cuando estaba muy enfermo, al final de sus días, el relato falta a la verdad. Hay cosas que todos sabíamos y que en el libro se cuentan distinto. Eso no me gustó, la verdad ante todo.

Dejamos, pues, a María Eugenia Rojas en sus oficinas, en la amplia casona de Ñuñoa donde funciona esta Fundación, con la sensación de haber conocido a una figura que, aunque para el grueso público no es tan conocida, es clave en la historia reciente, literaria y política, de Chile. Testigo privilegiada de lo mejor de la literatura chilena reciente y personaje activo de las luchas por los derechos humanos en tiempos del autoritarismo militar. Fue, además, una de las primeras en acoger laboralmente a Michelle Bachelet a su regreso del exilio y ahora sigue trabajando por los derechos de los niños mapuches. Sin lugar a dudas, una mujer valiosísima.


prof. benedicto González Vargas

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